“Chile votó mirando al presente… pero el problema está en el futuro”
Por: César Cifuentes. Ingeniero y presidente del movimiento regionalista de Magallanes.
“Chile acaba de vivir una elección que muchos quieren reducir a una pelea entre dos nombres, pero que en realidad es algo mucho más profundo. Los resultados de la primera vuelta mostraron a Jeannette Jara primera con cerca del 26,8 %, a José Antonio Kast en segundo lugar con alrededor del 24 %, y a Franco Parisi instalándose de nuevo como un actor relevante con casi un 20 % de los votos. A eso se suma el resultado del ex Chile Vamos, donde Evelyn Matthei y otros liderazgos tradicionales de la derecha quedaron muy por debajo de lo que alguna vez representaron.
¿Qué nos está diciendo ese mapa electoral?
Primero, que la izquierda gobernante fue castigada, pero no eliminada. El voto a Jara es, en buena parte, un voto duro ideológico, sumado a gente que aún compra el relato de “defensa de derechos” aunque viva todos los días la inseguridad, el deterioro de la educación y el costo de la vida. Segundo, que la derecha como proyecto es mayoría en Chile, pero sigue dispersa. Kast, Kaiser, Matthei y otros candidatos de ese mundo, sumados, superan con creces el 50 % de los votos, es decir, hay una mayoría clara que quiere orden, seguridad y un cambio de rumbo, pero que aún no se siente plenamente interpretada por un solo liderazgo.
El tercer dato, que casi todos miran por encima, es Parisi. Ese casi 20 % no es un capricho. Es el voto de la clase media cansada de los abusos, de la letra chica, de un Estado que cobra caro y responde poco, y de una derecha tradicional que muchas veces administró el país como si fuera una empresa, pero olvidó la dimensión humana: la seguridad del barrio, el costo de la leche, la lista del colegio, la fila en el consultorio. Ese voto no es “antipolítica” solamente. Es un grito claro: no queremos más discursos vacíos ni técnicos desconectados; queremos soluciones concretas y que el que gobierne se pare del lado del ciudadano que se levanta a las 6 de la mañana.

El resultado de Evelyn Matthei y del ex Chile Vamos refleja exactamente eso. No basta con tener un currículo impecable ni buenas encuestas en sectores acomodados. Si la derecha aparece solo como el mundo de los que “les va bien”, la gente buscará alternativas más cercanas, aunque sean riesgosas, populistas o contradictorias. La derecha perdió parte de su base cuando dejó de hablarle al trabajador que paga IVA en cada compra, al independiente que emite boletas y a la mujer que no puede tener hijos porque no le alcanza para pagar un arriendo digno y una sala cuna.
A esto se suma algo que casi nadie está poniendo sobre la mesa y que, para cualquier proyecto de país serio, debiera ser central: la bomba de tiempo demográfica. En 1994, nacían en Chile del orden de 270 a 280 mil niños al año. Hoy, estamos bordeando cifras en torno a 170 mil nacimientos anuales y ya hay proyecciones para 2026 que hablan de poco más de 135 mil recién nacidos. Es decir, en una generación estamos teniendo prácticamente la mitad de los hijos que teníamos antes.
No es solo una percepción: la tasa de fecundidad está en torno a 1,16–1,17 hijos por mujer, muy por debajo del 2,1 necesario para mantener la población estable. Eso significa que, si no hacemos nada, Chile será un país viejo, con menos jóvenes trabajando y aportando cotizaciones, y con una masa creciente de pensionados que el sistema simplemente no podrá sostener.
A la vez, mientras los nacimientos de madres chilenas caen, la proporción de nacidos de madre extranjera ha ido subiendo de manera sostenida: en 2017 eran cerca del 6,9 % de los nacimientos; en 2022 ya eran el 18,9 %, es decir, casi uno de cada cinco niños que nacen en Chile es hijo de madre migrante. Ese dato, que algunos usan para enfrentar a chilenos y migrantes, en realidad lo que muestra es algo más profundo: los chilenos estamos envejeciendo y dejando de tener hijos a un ritmo preocupante, y el reemplazo generacional está descansando cada vez más en hogares migrantes, muchas veces igual o más vulnerables que los chilenos.
El problema no es la persona que llega a Chile a trabajar honestamente y a formar una familia. El verdadero problema es un Estado que no tiene una política clara de natalidad, familia y migración. Se abre la puerta sin control en unas épocas, se cierra de golpe en otras, y en paralelo no se hace casi nada para que una pareja chilena normal pueda plantearse tener dos o tres hijos sin condenarse a vivir endeudada.
Salas cuna caras, viviendas inaccesibles, trabajos precarios, violencia en los barrios y un sistema educativo que ha perdido calidad y disciplina. Con ese panorama, tener hijos se percibe como un acto de heroísmo y, muchas veces, de irresponsabilidad económica. Y mientras eso ocurre, la política discute “relatos”, cuotas de poder y cargos, pero no cómo vamos a financiar las pensiones y la salud cuando la pirámide demográfica esté completamente invertida.
La derecha, si quiere tener sentido histórico, tiene que hacerse cargo de esto. Defender la familia no puede quedarse en eslóganes. Tiene que traducirse en políticas concretas: apoyo real a la maternidad y paternidad, incentivos tributarios para quienes tienen hijos, acceso a jardines y salas cuna de calidad, vivienda más accesible y un entorno seguro. Nadie traerá niños al mundo para encerrarlos tras rejas mientras le dicen por la televisión que a los delincuentes hay que tratarlos “con amor” y comprensión, como planteó en su momento Jeannette Jara, relativizando el rol de la autoridad frente al delito.
Mientras algunos se preocupan de no “estigmatizar” al delincuente, la gente común vive con miedo. Un país serio tiene que hacer las dos cosas: aislar a los delincuentes peligrosos sin complejos, endurecer penas para reincidentes, ordenar las fronteras y, al mismo tiempo, ofrecer trabajo digno y oportunidades a la mayoría que quiere vivir en paz. Primero la seguridad, después la reinserción. No, al revés.
Hay un punto adicional que no podemos ignorar. Si gana la cordura, si se impone un proyecto de orden y cambio real, es muy probable que veamos a los mismos grupos de siempre tratando de sacar a la gente a la calle, instalando el discurso del “gobierno ilegítimo” y empujando la protesta permanente para desestabilizar. Ya conocemos ese guion. Pero esta vez, creo que Chile es distinto. Los chilenos aprendieron. Vieron cómo se utilizó el descontento para destruir comercio, infraestructura, empleos y proyectos de vida, mientras algunos se aprovechaban, robaban o se escondían detrás del poder y de este gobierno para proteger a los suyos.
Hoy somos lo suficientemente inteligentes como para no dejarnos manipular otra vez por quienes destruyeron nuestro país y luego se presentaron como víctimas. Quien quiera agitar la calle para impedir que un gobierno de orden funcione, tendrá que hacerlo frente a una ciudadanía que ya no se traga tan fácil el cuento de la “protesta espontánea”.
En este contexto, la derecha tiene una responsabilidad enorme. No se trata solo de ganar una segunda vuelta. Se trata de ofrecer un rumbo nítido: seguridad, crecimiento, defensa de la familia, apoyo directo a quienes quieren tener hijos y formar hogar, y una migración ordenada que sume y no desborde. Y, sobre todo, unidad. Porque si la derecha sigue dividida, seguirá entregando el país a quienes ya demostraron que no saben gobernarlo.
Chile votó cansado, molesto y desconfiado. Pero también votó con una intuición clara: necesitamos orden, necesitamos seriedad y necesitamos pensar en los próximos 30 años, no solo en las próximas encuestas.
Lo que viene ahora no es una discusión de matices. Es una decisión sobre si seguimos en el mismo camino que nos trajo más violencia, más deterioro y una crisis demográfica silenciosa, o si nos atrevemos a hacer los cambios necesarios para que nuestros hijos –los pocos que estamos teniendo– encuentren un país que valga la pena vivir.
Depende de nosotros que, esta vez, no nos dejemos engañar”.


